Foto: Eduardo Soteras / AFP

La crisis política congoleña estalló la semana pasada en las calles Kinshasa, la capital. Tras el anuncio del cuerpo electoral que no será posible organizar elecciones a final de este año, como prevé la Constitución, y el fracaso del diálogo político, la oposición convocó una manifestación el lunes 19 de septiembre que terminó en batalla campal, al menos 50 muertos, un centenar de heridos y más de 200 detenidos. Un semana negra que abre un inquietante periodo de incertidumbre.

 

Miles de congoleños, en la calle, exigiendo elecciones. Y un colosal dispositivo policial custodiando la protesta. Así amaneció la semana en Kinshasa. Era lunes, “era el día en que la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI) congoleña debía convocar las elecciones presidenciales previstas para noviembre“, cuenta Patient Ligodi, periodista congoleño, pero como la CENI anunció el sábado que no podría organizarlas hasta diciembre de 2018 y después del fracaso de las negociaciones políticas, no hubo convocatoria, sino indignación de los ciudadanos en forma de manifestación al grito de “Kabila, desaloja”. La oposición y la sociedad civil acusan al presidente Joseph Kabila de querer perpetuarse en el poder.

 

“Es difícil saber quién empezó, pero cuando la policía intervino, soltó su brazo de hierro”, cuenta Patient, que estaba con su equipo cubriendo la manifestación. La policía cargó con balas reales. “Las fuerzas de seguridad actuaron con una contundencia y brutalidad desproporcionada”, denuncia José Maria Aranaz, director de la oficina de Derechos Humanos de la Naciones Unidas en Congo (UNJHRO). “Fue una exhibición de fuerza y una declaración de intenciones al principio de proceso electoral”.

El balance mortal de la jornada negra del lunes oscila entre 34 muertos, según el gobierno y más de 100 según la oposición, pero además de los fallecidos, los heridos y la oleada de detenciones con abusos del 19 de septiembre, la estela siguió durante toda la semana. Sedes de partidos quemadas, incendios, algunos asesinatos más, y más detenciones. De las 384 detenciones registradas en todo el país, más de 200 son en Kinshasa. En el resto de Congo hubo también protestas pero no fueron tan violentas.

 

La manifestación de Kinshasa era autorizada. Fue convocada por la mayor coalición de la oposición -que incluye al candidato Moise Katumbi, y al histórico partido de la oposición liderado por Ethienne Tshisekedi-. Pero muchas organizaciones de la sociedad civil comparten la indignación por el intento de “resbalón” electoral, la intención evidente de no celebrar las elecciones.

“Sabemos que hubo violencia también por parte de los manifestantes. Pero la responsabilidad más grande la tiene el que tiene más medios disponibles , no se pueden utilizar los órganos del estado para una represión brutal y desproporcionada”, dice Aranaz, cuya oficina lleva meses denunciando los casos de represión política.

Intimidar las voces, ataques a la prensa

“Es como si en momento determinado, la policía recibiera una orden”. Eduardo Soteras, fotógrafo de la AFP, fue uno de los ocho periodistas atacados, maltratados o detenidos por los distintos cuerpos de las fuerzas de seguridad. “Había estado trabajando desde temprano, tomando fotos sin problemas hasta que de repente la policía cambió de actitud y se puso violenta”. Primero le borraron las imágenes y le intimidaron con amenazas que iban a disparar y, al rato, le arrestaron brutalmente junto a la corresponsal de RFI – una de las radios más escuchadas en Congo-. Kevin Inana, del periódico “Prosperité”, acabó con un brazo roto después de una paliza de los uniformados y Dosta Lutula, del Canal Congo Television (CCTV), como otros de sus compañeros, fue golpeado y trasladado a un campo militar. Todos ellos fueron liberados al cabo de unas horas, pero la red Periodistas en Peligro (JED, en sus siglas en francés) ha denunciado vigorosamente esta oleada de “violencias gratuitas”. Lo considera una “violación flagrante de libertad de expresión”

De las detenciones a civiles, en cambio, quedan muchas sin resolver. En las últimas 24 horas no se ha tenido acceso a los centros de detención.

La situación se degrada ante un calendario con fechas límite. En rojo: el día de las no-elecciones y el último día Kabila – el 19 de diciembre termina su último mandato.

El gigante congoleño, en pleno corazón del continente, se tambalea, amenazando con remover la ya frágil estabilidad regional. La República Democrática del Congo hace frontera con nueve países, entre ellos, el incandescente Sudán del Sur – que le ha exportado a Congo 300 hombres de Riek Machar estas últimas semanas-, Burundi – que vivió su particular y sangrienta crisis electoral- y República Centroafricana – incrustado de división violenta desde finales de 2013- . Congo es un pilar regional e internacional, sobre todo para la exportación de materias primas. Con un suelo considerado un “escándalo geológico” y el segundo río más caudaloso del planeta – con un potencial hidroeléctrico-, en su territorio se encuentran las reservas más importantes del mundo de coltán – el mineral imprescindible e insustituible para alimentar las nuevas tecnologías- . Una minas muy valiosas para el mercado internacional.

“Esto que ha pasado en Kinshasa es un test para la comunidad internacional”, dice Aranaz. Los congoleños se quejan hace años de la inacción – e incluso la mala acción- de Naciones Unidas en su país. La ONU tiene desplegada en Congo su misión más grande en todo el mundo pero la guerra no se logra sofocar y ahora, muchos ciudadanos, como el abogado George Kapiamba, le hacen cómplice de los abusos policiales, militares y de la oleada de represión.

Ante un problema que se ha ido forjando desde hace meses y la inexistencia de un atisbo de solución, la comunidad internacional observa – y acompaña- al estratégico Congo, acercarse a un peligroso precipicio.

“La pregunta es – concluye Aranaz- cuánto tiempo va a pasar hasta la próxima crisis”